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  • 2001. Nos ponemos el mundo por montera

    TODOS LOS NEGRITOS TIENEN HAMBRE Y FRÍO. POR ÁNGEL MOLLA.   JOSE ARTURO MARTIN Y JAVIER SICILIA Frente a la catástrofe programada es el claro titulo de una nueva invitación a la mirada piadosa, si bien de otro tipo. La “simpatía” sería aquí algo más que cierta cualidad graciosa que hace que los otros no caigan bien (y ellos saben mucho de esto). La simpatía de la que hablamos sirve, más bien, para reconocer en el otro a un “semejante” (aunque no se nos parezca), para ser capaces de ponernos en lugar de ese “prójimo” (aunque no sea culturalmente próximo o venga de otro lugar), para sentirse cerca de ese “pariente lejano” que no hemos invitado a venir a vernos (pero se presenta en nuestra casa sin avisar). Ya decía Hume que la simpatía, al ponernos en el lugar del otro, es el fundamento de toda ética.
    1. A. Martín y J. Sicilia hacen suyas las palabras que Ramón Ferri – en su informe sobre Las “zonas internacionales” de retendión – pone en boca de un supuesto funcionario de inmigración (en un puesto fronterizo perdido):
      Has podido escapar de tu país; has podido atravesar cientos o miles de kilómetros hasta llamar a nuestra puerta; has podido hacerlo con la documentación preceptiva; has tenido la posibilidad de ahorrar algún dinero, sorteando otros de los requisitos … pero se acabó la fiesta: pasa a este territorio inexistente y espera a que te devolvamos a donde nunca debiste soñar con salir, a tu tierra.   En el fondo, el único argumento para justificar la barbarie sería aquella boutade de antes: que uno es “ natural de donde nace”, “nativo de su nación” o “paisano de su país”. Por eso la única estrategia eficaz que puede adoptar un inmigrante ilegal es ocultar su nacionalidad: sólo así no será devuelto a su origen ( y esta expresión no deberá entenderse en el sentido que le daba Heidegger, sino en el de los funcionarios de correos). Ya decía otro correligionario del alemán, Rudolf Steiner, con esa profunda “espiritualidad” que caracterizó a ambos: la “esencia” de cada pueblo está intimamente ligada a su territorio, pues ambos comparten su aura (en un sentido no benjaminiano); por lo tanto, nada se gana perdiendo el hogar natal salvo las iras de los ángeles guardianes del suelo patrio ( y añadimos nosotros: y de los guardias fronterizos). Esto sería – pensaba el teósofo austríaco – ir contra las leyes de la naturaleza, es decir, de la evolución, de la reencarnación y de la propia esncia. Sólo hay un crimen peor que cambiar de patria: mezclar las razas. Por eso los transgresores tienen bien merecida su reclusión en ese “territorio inexistente” o “no lugar” (por emplear el mismo término que hará suyo Magnolia Soto) que son las llamadas zonas internacionales de retención : esa suerte de “limbo legal” o purgatorio donde los inmigrantes son aislados e inmovilizados, a menudo durante largos períodos de tiempo. Por eso nuestros dos artistas esta vez  -  y sin recato, según tienen por costumbre  - de guardianes del orden (¿natural?) ejerciendo algunas de sus tareas oficiales y otras oficiosas (con no menos abnegación). La farsa en formato polaroid que escenifican estos artistas, sin embargo, no debe ser tomada a risa, por mucho que esta sea una de sus armas habituales. Se trata, de nuevo, de la verdad de las máscaras, pues las máscaras que disfrazan a nuestros artistas – guardianes (con su propio rostro) no son sino la otra cara de las que llevan los aspirantes a trabajador : negritos idénticos entre sí como un rostro fotocopiado a otro. Las máscaras de la “identidad colectiva” – ya lo sabemos demasiado bien- nos hacen a todos mucho más identicos de lo que somos, pues sólo el reconocimiento de nuestra “identidad personal” nos da algo más que un DNI o un pasaporte: derechos, por ejemplo. Pero cuando los otros son considerados como una masa indiferenciada, como un colectivo de extraños idénticos entre sí, tampoco nosotros podemos esperar demasiada igualdad (por no hablar de libertad y dignidad). Indiferente a cualquier reflexión o argumento, la tradicional xenofobia popular, más que rentabilizada políticamente, se renueva hoy ante la inmigración africana: xenofobia más que contradictoria en un pueblo que, en gran medida, desciende de inmigrantes y hasta hace poco ha tenido que emigrar para escapar de la miseria. No menos escandaloso y paradójico es el modo interesadamente selectivo con que se aplica esta exclusión del forastero y de lo “foráneo”.